En el ámbito académico existe la tendencia a ver la IA como el enemigo que se debe combatir.  Pero esto no es cierto.  La IA es un gran aporte, pero su incorporación masiva exige un replanteamiento del proceso formativo de los profesionales y una reflexión profunda sobre cuál debe ser el rol de la Universidad y cuál debe ser su aporte a la sociedad.

Tanto la IA como la Universidad giran en torno al conocimiento. La Universidad ha sido el medio tradicional de transmitir conocimiento especializado (formación) a las nuevas generaciones, pero el advenimiento de la IA está replanteando la necesidad de conocimiento por parte de los individuos encargados de obtener resultados en las organizaciones.

La Universidad tiene el privilegio de ser, quizás, la organización que más ha rechazado la IA. Hace poco, en un simposio sobre IA en una de las universidades más reconocidas de Latinoamérica, la rectora en su discurso inaugural manifestaba que su universidad había levantado el veto a la IA a raíz de los reclamos de los graduados en 2024, quienes manifestaron estar en desventaja frente a los egresados de otras universidades en las cuales habían aprendido a utilizar la IA, pues ellos lograban mejores resultados con menor esfuerzo.

Esto ilustra cómo la Universidad, mientras más prestigiosa es, más rechaza el cambio y las nuevas tecnologías, por continuar apegada a su statu quo y modelos anacrónicos. Cuando hay cambios en la base tecnológica, las organizaciones exitosas en la anterior base son las más renuentes al cambio. El rechazo a la IA por las universidades fue un fenómeno global. Muchas universidades bloquearon los sitios de ChatGPT, Gemini o Claude en las redes de sus campus.

La obsolescencia de la formación universitaria actual se hace evidente con la valoración de capacidad de las IA, y cada día estas superan a más graduados humanos en tareas puntuales. Pero el mercado ya venía descontento con el aporte de la Universidad; a finales de 2023, 30% de las grandes compañías de EE.UU., incluyendo Walmart, IBM, Google, Bank of America, Accenture, etc., hicieron público su acuerdo de no exigir requisitos académicos para vinculaciones. La Universidad se olvidó que su cliente principal es la empresa, y empezó a formar estudiantes de acuerdo con los intereses de sus docentes, muchos de los cuales nunca han pisado una empresa real.

La insatisfacción del mercado con las universidades se hace evidente en la caída en los salarios para recién egresados y la dificultad de estos para vincularse. Lo anterior a su vez genera una caída en la matriculación, pues las familias no están dispuestas a invertir tiempo y dinero enviando sus hijos a la universidad, para que luego de gradados terminen ganando menos que un chofer de Uber, si no es que terminan haciendo esta labor. Los crecientes problemas de los recién graduados para vincularse con un salario adecuado es un fenómeno global que afecta a los egresados de todo tipo de universidades, desde las pequeñas hasta las presuntuosas instituciones que conforman la Ivy League.

En su primera edición de 2025, The Economist presenta la crisis de los graduados de la Ivy League (Harvard, Columbia, Yale, Cornel…), a quienes cada día les toma más tiempo conseguir empleo y las ofertas que reciben son menos atractivas.

En el artículo “Why elite MBA graduates are struggling to find jobs” se cuantifica esta caída. Por ejemplo, de los graduados del MBA del MIT en el periodo 2019-2023, a los tres meses 93% estaban vinculados; para 2024 esta cifra cayó a 77%. Bien lo expresa en una entrevista sobre el tema un directivo: para qué quiero contratar ejecutivos que saben cantar “From the river to the sea”, pero no saben aplicar Big Data para obtener un perfil preciso de su mercado, haciendo referencia a la canción que se convirtió, en muchas de las universidades de elite, en el himno de las protestas en contra de Israel a mediados de 2024.

La Universidad se alejó de la empresa, el “comprador”, de sus egresados. Esto generó malestar y un cambio de actitud por parte de las empresas.

Y justo en este entorno hace su aparición la IA, expandiendo la capacidad de las máquinas para realizar trabajos de conocimiento, mostrando una eficacia asombrosa en tareas hace pocos años impensables como programar, hacer diagnósticos clínicos, redactar contratos o diseñar campañas publicitarias.

Es evidente que la llegada de la IA exige un replanteamiento del proceso formativo, al igual que de los procesos laborales de muchas empresas. Que la Universidad nos haya entrenado para programar, analizar o presentar informes, no indica que debamos continuar haciendo esto hoy.

Jean Paul Sallenave, experto en estrategia, decía que la resistencia al cambio no era propia de los ignorantes, a quienes se puede convencer fácilmente; la resistencia al cambio proviene de los más cultos, quienes tienen claro lo que pueden perder con estos cambios. Quizás por ello, una de las organizaciones que más se ha opuesto a la IA, es la Universidad.

Pero esta resistencia no tiene futuro. La IA no es el fin de la Universidad. Es simplemente un catalizador de cambio – en realidad de replanteamiento – para ella. El mercado ya estaba exigiendo una transformación; la aparición de la IA simplemente la hace más imperativa y define en forma más precisa la orientación de esa transformación.

Los procesos formativos serán más cortos – y por ende más económicos –, sin tanta fundamentación, pues la información básica ya está a disposición de todos gracias a la IA.  Con orientación más aplicada, usando la información que provee la IA como base para dar “valor” al cliente, los egresados, pasarán de ser procesadores de información – esto lo hace la IA – para transformarse en gestores de valor, utilizando la IA como una herramienta indispensable. 

La formación tendrá orientación práctica, reduciendo elementos culturales que hoy pueden superar el 50% del pensum en algunos programas. Si quieres saber a qué escuela pertenece esta pintura o cuál es el estilo arquitectónico de aquel edificio, basta con preguntarle a la IA.

Los procesos formativos también serán más continuos, pues el acelerado desarrollo tecnológico reduce la vigencia y aplicabilidad de la formación en el mediano plazo. Y toda formación debe estar orientada al mercado, algo que ha sido tan difícil de comprender para la Universidad que está abriendo un espacio significativo para que sean las propias empresas las que se encarguen de la formación a falta de respuesta adecuada de la Universidad; este es el caso de las certificaciones.

En términos prácticos será otra Universidad. Pero se resalta que la IA no es la causante de estos cambios, es simplemente un catalizador. La formación actual, con un modelo que tiene varios siglos sin evolución, no es acorde con el desarrollo tecnológico de nuestra sociedad.

El título del artículo presenta una falsa disyuntiva: no es IA o Universidad. Esta última, o el esquema formativo que la sustituya, debe incorporar la IA como herramienta de trabajo en sus procesos formativos, tendremos docentes-IA que trabajen en equipo con docentes humanos, usando la IA como una herramienta para el proceso formativo y como herramienta para lograr “resultados” en las diversas áreas del conocimiento, acordes con las necesidades del mercado.

Será un esquema mucho más incluyente, que sin duda reemplazará a la Universidad-Club, donde el costo de la matrícula se toma como indicador de calidad del proceso formativo. Será algo ajeno al actual proceso de valoración de la Universidad, que se obtiene en términos del número de PhD graduados, los metros cuadrados de laboratorios, la cantidad de libros en la biblioteca, el número de revistas editadas e, incluso, la cantidad de carriles de su piscina, pero no al aporte que puede realizar un egresado a su comunidad.

La IA está acelerando el cambio del modelo formativo de la Universidad para beneficio de toda la comunidad.  Presenciaremos procesos formativos potenciados por IA y orientados a generar valor. Todo un reto para la obsoleta Universidad actual.